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El Blog del Psicólogo Carlos Moreno en Monclova Coahuila México

A Propósito de un Viaje a Cuba

A Propósito de un Viaje a Cuba

Saludos

ahora les comparto un texto de un Jesutia que anduvo por la mítica y revolucionaria Cuba

 

Escrito por Orlando Contreras sj.

 

 


Desde el 19 abril al 4 de mayo estuve en Cuba. A mi regreso, una y otra vez, me preguntan “¡y cómo te fue! ¡cómo está Fidel! ¿le diste mis saludos?” A mí mismo, antes, durante y después del viaje me han venido preguntas semejantes: “¿A qué voy a cuba? ¿qué me pasará? ¿veré a Fidel? ¿qué me impactará de lo que vea y escuche?

Ya en el avión me vino un ¡cuándo iba a pensar que viajaría a Cuba! ¡cuándo me iba a imaginar que estaría en La Habana como jesuita y como cura! La verdad es que nunca se me pasó por la mente esta posibilidad.

Mientras el avión volaba rumbo a mi destino me venían los rostros del Che Guevara y Fidel Castro. Cuba, y ellos, eran un referente obligado para nosotros. Mucho de lo vivido en nuestro continente y en Chile, tiene que ver con el triunfo de la revolución el 59 y con la ilusión que nos provocó en su primera época. Por eso me venía el rostro alegre de mi mamá, y vecinas del barrio en Arica, cuando Salvador Allende ganó las elecciones y fue el primer marxista que llegó al poder por la vía democrática. Para quienes éramos parte de la Unidad Popular ese triunfo nos llenó de esperanza de tiempos mejores en trabajo, salud, educación y vivienda.

Recordé la prolongada visita de Fidel Castro a Chile en noviembre de 1971 y a Allende que no sabía cómo decirle que “¡Lo mejor de las visitas es cuando se van!”. Me vinieron las imágenes del golpe de estado en septiembre del 73 con Pinochet de lentes oscuros; y si el 70 vi a mi mamá y sus amigas riendo y cantando, ahora las veía afligidas, llorando y quemando papeles porque las esperanzas de casa, estudios y salud eran bombardeada indiscriminadamente y además “nos quedamos sin libertad”.

Procurando no interrumpir el sueño de los demás viajeros, comencé a tararear algunas de las canciones de Silvio Rodríguez que me cautivaron a fines de los 80 cuando ya estaba en el noviciado de los jesuitas; me vinieron las imágenes de miles de alemanes destrozando el muro de Berlín y de la Unión Soviética derrumbándose sin disparar un solo tiro; rememoré la imágenes de la T.V. mostrando la embajada peruana en La Habana atestada de cubanos que deseaban irse y escapar; recordé las imágenes de familias enteras de cubanos en balsas y en cualquier cosas que flotará en el agua rumbo a la libertad. Estas imágenes bruscamente fueron interrumpida por un fuerte y cálido chiflón de aire: había llegado a Cuba.

Y ¿qué fue lo que vi y escuché en La Habana? ¿por dónde anduve? ¿qué fue lo que deguste? ¿qué fue lo que palpe y olí en Cuba?...

Mis sentidos fueron impactados por la belleza natural de la isla, por las puestas de sol en el Malecón; por lo frondoso y variado del verde; recorriendo sus calles me impactó la hermosura arquitectónica de tantos edificios y casas, pero destruidas materialmente; me impactó la abismante diferencia entre la Cuba para el turista –entre los que estaba yo- y la Cuba, del día a día, para aquellos que tienen que subirse a una micro –guagua le llaman ellos- atestada de gente; pude seguir la vida a lo largo de un día de un grupo de cubanos de la calle y percibí la honda tristeza que hay en el corazón de cada uno de ellos porque la revolución les trajo educación y salud, pero les ha matado el alma y porque ella, en verdad, no ha sido la verdadera y auténtica revolución que anhela todo ser humano.

Pude ver que en el alma de cada cubano habita un artista que aflora por la noche contemplando la luna y jugando con ella; vistiéndose con el mejor traje y dejando que todo el ser se mueva al ritmo de la música tropical; aflora pintando un cuadro cuando todos duermen; aflora cuando las manos dejan los fierros del ferrocarril para tomar la trompeta y hacer que de ésta emerjan los mejores sonidos que duermen en ella; aflora cuando se abandona el cemento y el martillo y se danza en el teatro que es lindo en su arquitectura y escenario, pero sucio, feo y hediondo subiendo por sus escaleras; aflora cuando el médico se saca el delantal, deja el hospital y se viste de lo que realmente ha querido ser toda su vida: un actor que hace reír a todos quienes se les cruzan por su camino.

Al segundo día percibí lo que significa estar, en una hermosa isla, doblemente aislado; aislado por el bloqueo norteamericano que dificulta muchas cosas y aislado por las restricciones internas que, entre otras cosas, impide al cubano conectarse con el mundo vía Internet salvo que seas turista y a un altísimo costo, tanto que uno mismo se limita.

Hacia el interior de la isla llegamos a un antiguo cafetal que hoy es un precioso lugar turístico. Allí vimos antiguos elementos de cómo se procesaba el café y de cómo vivían los esclavos. Entonces me vino lo de Pablo Neruda: “piedra en la piedra, el hombre donde estuvo; aire en el aire el hombre donde estuvo...”

El 01 de mayo, en víspera de los 50 años de la revolución y con la ausencia de Fidel, con algunos de mis compañeros, fuimos a la Plaza de la Revolución a celebrar el día del Trabajador. Caminamos 10 km. de ida y vuelta (en ocasiones como éstas poco o nada pienso en mis pies). Desde que salimos de nuestra casa nos dimos cuenta que mientras nosotros íbamos, muchos venían de regreso, “¡es qué ya marchamos compañeros!” nos respondían cuando preguntamos; “Y Uds. van en sentido contrario” agregaban al vernos. A esto respondía: “es que nosotros andamos así por la vida compañero; y así vamos a cruzar la plaza en este día” Y seguimos nuestro rumbo. Al llegar a lugar central, y siempre en sentido contrario, nos encontramos con el último grupo de jóvenes cubanos que desfilaban cantando y saltando. De pronto vi que agarraban un ritmo más acelerado y exclamé “si no salgo rápidamente de aquí me pasan por encima”. No se cómo ni de dónde saque velocidad para evitarlos y exclamar “¡Ufff! ¡Qué cerca estuvieron!”.

En contacto con mis hermanos jesuitas y con las comunidades cristianas de base, compartiendo un rico y autentico café, caminando por el Malecón, recorriendo el Casco Histórico, celebrando y participando de la Eucaristía Dominical me quedó la sensación de haber “visto y oído” pequeñas semillas del reino que solo son visibles y se perciben con los ojos de la fe; pequeños espacios de libertad donde se podía hablar sin temor a ser delatado; pequeños espacios de esperanza en algo mejor porque “no era esto lo que esperaba; no era esto por lo que luché; tengo estudios y tengo salud, mis hijos también, pero no soy libre y, ahora hasta la comida comienza a faltar, y ya me cuesta distinguir entre el bien y el mal cuando salgo a la calle a buscar el pan nuestro de cada día”.

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